Yo quiero ser princesa...

Dicen que los cuentos de hadas no son mas que cuentos, que en la vida real nadie vive en un palacio, nadie conoce un hada madrina, que los principes azules no existen...Es posible que toda esa gente lleve razon...pero entonces,que hacer si yo quiero ser una princesa???...Se puede prescindir de todo lo anterior, pero no dejar de soñar con encontrarlo... y asi cada dia hago de mi vida un cuento... ¿¿¿Se puede ser mas insensata???=)

miércoles, 22 de abril de 2009

Una carta en mis lagunas...


Hola, no sé por qué te escribo, supongo que me apetecía hacerlo.
Tampoco es que tenga mucho que contar, últimamente casi todo sigue igual; a cero, ni menos, ni más…Pero ya que empecé esta carta, la quisiera terminar.
¿Sabes? En mi último viaje conocí a alguien muy especial. Era de noche, no recuerdo muy bien la hora exacta, creo que cuando miré el reloj pasaban ya las 3 de la madrugada, y no te voy a mentir… probablemente estaba algo borracha.
No había un alma vagando por esa plaza, y yo iba caminando con la cabeza gacha; pensando en algo, (en ti) o quizás no pensaba en nada…de eso no me acuerdo, pero tampoco tiene importancia. Fue en ese momento, mientras pensaba o mientras no lo hacia, cuando me pareció oír unas pisadas, y debió ser porque mi cobardía también andaba ebria, que en lugar de correr, me detuve y miré atrás.
Con la tenue luz que daba la vieja farola oxidada, apenas pude distinguir una sombra que se acercaba; andaba lejos, por el final de la calle que bajaba desde el cementerio hasta la plaza. Avanzaba a paso lento, pero dando largas zancadas, tuve la impresión de que me seguía, y no me preguntes por qué, pero en lugar de echar a correr, me quedé parada; esperando a que esa sombra se acercara.
No tenía miedo, ya me conoces, como casi todo… lo pierdo cuando bebo. Una extraña sensación me recorría todo el cuerpo. Estaba tranquila y cuando al fin me alcanzó, pude verlo.
Era un anciano desgreñado, desaliñado… casi decrépito. Pero lo que más llamó mi atención no fue su descuidado aspecto, si no sus ojos…eran enormes, profundos y negros. Parecía como si el pasar de los años se hubiera olvidado de ellos, perdonándoles los estragos que cobra el paso del tiempo. No podía dejar de mirarlos.
El viejo se fue acercando, hasta que al hablarme noté como su aliento rozó mis labios. —Gracias por esperarme —. Me di cuenta entonces de que aunque yo no lo conocía, el si sabia quien era, y sin mas presentaciones nos sentamos en el bordillo de la acera. Me prestó su hombro y apoyé en el mi cabeza. Alcé un poco la vista para poder seguir mirándole, tenía tantas preguntas que hacerle, que preferí callarme. Me sumergí en sus ojos y me limité a escucharle. — Sé bien que estas algo pérdida por llevar toda una vida esperándome, de veras, siento no haberte encontrado antes. ¿Sabes en qué consiste eso a lo que llaman “destinos cruzados”? Dos puntos equidistantes que seguían un mismo trazo; la misma línea que Don Destino nos había dibujado. Tu desde un extremo, yo desde el opuesto y en el centro; ese punto medio donde deberíamos habernos tropezado. Pero no estabas allí, y tuve que seguir andando. Y así anduve mis días, que fueron demasiados…Hasta ahora nunca supe porque no nos habíamos topado, solo al mirarte comprendí lo qué había pasado. El camino nos viene dado, pero es a nosotros a quienes les toca caminarlo. No se trata de un terreno llano, al contrario, es un paisaje inhóspito y lleno de peñascos, que para andarlo tendremos que caernos, ya que solo así aprenderemos a levantarnos. Pero tú tuviste tanto miedo a tropezarte que decidiste sentarte, y pasar los días esperándome; los mismos que yo pasé andando, y fueron tantos, que te olvidaste hasta de a quien estabas esperando, de quien eras y probablemente de lo mas importante, del como levantarte. Y así fue como hoy te encontré; sentada en la barra de aquel bar, bebiendo para olvidar. — Noté entonces como las lágrimas se refugiaban en mis mejillas. Huyeron de mis ojos cuando el espejo de los suyos me mostró algo que había olvidado. En sus pupilas se reflejaba una anciana de rostro arrugado, pelo blanco, y los ojos casi escondidos bajo unos parpados descolgados y caídos. Esa vieja, como yo, también lloraba. — ¿Entiendes ahora de que te hablo? — Prosiguió el anciano. — Quisiste hacer de tu vida un camino de rosas y acabaste clavándote todas las espinas. Hoy aun te duelen las heridas, pues el olvido no las cicatriza. El tiempo te fue atropellando, convirtiendo tu presente también en tu pasado y yo soy una parte más de aquello que se te quedó atrasado. Ahora es tarde, debo marcharme. — El viejo se levantó, y sin mirarme, desapareció.
Me costaba creerlo, pero era cierto; Yo era aquella anciana que pude ver en tus ojos, en los de aquel viejo. Esta carta tiene remite porque me recordaste quién era, pero de ti, el destinatario, no logro acordarme aunque quiera.
Si bien se que las magulladuras, el olvido no las cura, hoy sigo bebiendo, para olvidarme al menos de que aun me sigues doliendo.
Y ya que esta todo dicho, sin más dilación me despido:

Hasta siempre Amigo…

martes, 14 de abril de 2009

Entre líneas

El pilar de su imperfección era no decir nunca las cosas claras, por ello, para no venirse jamás abajo, llevaba toda su vida huyendo de las palabras exactas
Aprendió el modo en que siempre fuesen silencios los que ocupasen los espacios en blanco que dejaban los pensamientos sentenciados a morir por miedo.
Decir “Te Quiero”, “Te Necesito”…”Te Odio”; preguntar “Por qué”…decir “No”. Nunca había sido capaz de pronunciar semejantes vocablos, pues ella misma los ahogaba antes de que abandonasen sus entrañas.
Tenia ya costumbre de hacer trueque con el aire que escapaba entre sus labios, cambiando la expresión genuina de sus sentimientos por sonidos vanos que no construían más que diálogos vacíos, que a fin de cuentas, nunca decían más que nada.
El temor a dejarse ver la mantuvo siempre oculta tras medias sonrisas, y aunque no había ninguna luz en esas muecas, prefería ser una sombra muda. Así todo era más fácil.
Sabía que nunca obtendría una respuesta porque jamás haría la pregunta. La incertidumbre amortiguaba el dolor que era capaz de provocar una verdad, cual silencio la mantenía en relativa calma.
Su voz era esclava de sus dudas; sus palabras presas de sus miedos, y aunque tal condena fuese cabalmente voluntaria, pasaba sus días buscando la libertad de una expresión explicita; la verdad que había desterrado a esconderse siempre entre líneas.
Todo lo que sentía… todo cuanto odiaba o quería, quedaba implícito en una historia escrita a medias tintas.
Solía andar con los pies despegados del suelo, le quemaba el asfalto tanto como la realidad de la que huía. No es que fuese cobarde, es que cuando algo quema, siempre duele.